Richard Gere entra relajado por la puerta del estudio. Lleva unos tejanos negros desgastados, camiseta y una cazadora. Me llama la atención un detalle, tal vez lo más llamativo de su atuendo: una bolsa de tela naranja que tiene colgada del hombro. En ella se ve bordada la imagen de un árbol y las palabras Bodh Gaya, la ciudad india que alberga uno de los templos budistas más venerados del mundo. Se acomoda y empezamos a charlar. Al rato el actor me hace una pregunta inesperada: «¿Llevas tu jersey preferido?», dice. Esto no sólo me extraña por la situación y porque provenga de él, sino porque sospecho que igual hay algo más detrás de la consulta. «Sí...», contesto tímidamente. «¿Por?». «Es que tiene un pequeño agujero ahí detrás, en el cuello», indica con voz baja. Efectivamente. Mi jersey tenía un agujero y él lo señaló con una encantadora simpatía. La risa y la vergüenza que me provoca es suficiente para romper cualquier formalismo en adelante. Y él sabe cómo hacerlo: «¿Sabes? A mí también me pasa. Mis jerséis preferidos tienen agujeros y mi mujer me los quiere tirar. Pero a mí me encantan así, y sigo usándolos».
Es sábado por la mañana y ELLE ha convocado al matrimonio Gere en un plató de Madrid para esta sesión de fotos. Han pasado ya unos días desde la celebración de nuestra gala ELLE x Future, una velada única en la que se les otorgó el ELLE Eco Award en reconocimiento por su contribución al medio ambiente y la responsabilidad intergeneracional a través del proyecto Sierra a Mar en México. Es el momento perfecto para hablar del éxito de la noche con Alejandra (La Coruña, 1983), que ha llegado una hora antes que Richard (Pensilvania, EE. UU., 1949). Ya nos habían advertido que a él no le gusta mucho posar, por lo que estaría disponible para nosotros una hora máximo. Sin embargo, se queda cinco. La sesión entera. Sugiriendo como un director creativo, pendiente de la luz, interesado en el encuadre, atento a cada disparo del fotógrafo, expectante ante el resultado. No está controlando, está disfrutando. También se le nota.
Todos los que estamos aquí reconocemos esa mirada rasgada y seductora que hemos visto mil veces en sus películas. Richard conocido mundialmente por sus papeles en Pretty Woman, Oficial y Caballero, Cotton Club o Chicago, también es embajador del budismo y defensor de causas sociales y humanitarias. Una celebridad al margen del star-system que hace unas semanas se ha instalado en España junto a Alejandra y sus hijos. «Los niños no querían que me fuera esta mañana. Me han preguntado por su madre y les he comentado que estaba reunida –explica–. “¿Y, tú, dónde vas, papá?”, me han dicho al salir. “¡A una reunión también!”», cuenta mientras le servimos uno de los muchos tés verdes que tomará hoy y empezamos a charlar. Escuchar frases como esta de uno de los iconos de Hollywood, me sorprende. Es como aterrizar en una realidad diferente a la que muchos imaginan. Es la de un hombre de familia. Un hombre normal. Con todo lo extraordinario que es la normalidad en una profesión como la suya.
Un proyecto común
Al ver a los Gere juntos, lo que más nos llama la atención es la delicadeza y el amor con los que Richard suscribe las palabras de Alejandra. Lo hace con sus gestos y con su mirada: la escucha atento, le cede el paso y le da voz, no por caballerosidad, que también, sino como un ejercicio de humildad. Él suelta una reflexión en alto: «Todos podemos minimizar este sentido del ego, del yo. Y es entonces cuando se produce el verdadero cambio. Mi esposa brilla por su apertura de mente y su genuino sentido de la gratitud. Así que conectar con eso, como sea que lo hagas, lo que consideres espíritu o religión, amor o compasión... es infinito».
Cuando ella está lista, empezamos a disparar fotos. «Quiero estar en un segundo plano –advierte Richard–. La verdadera protagonista es mi esposa. Es la primera que creyó en el proyecto Sierra a Mar», recuerda él, generoso, aludiendo a ese fin que les ha unido aún más desde que comenzó su vida en común, hace ya una década. Al hablar de ello, sus frases se entrecruzan, como en un baile en perfecta sintonía, sin pisarse: «Sierra a Mar vino de un sueño. El de hacer posible un lugar único», empieza Ale, como se refieren a ella el actor y sus allegados. «Imaginábamos un lugar maravilloso en el que la gente fuera realmente responsable y se preocupara por la tierra y el agua, por los animales y por los demás», continúa él. Hace siete años, la pareja estaba inmersa en otros proyectos cuando, en un vuelo a México, la publicista se encontró con un viejo amigo, Jerónimo Bremer. Cuando el empresario le habló del lugar hacia el que iba y su objetivo de impulsar un singular complejo llevado a cabo junto a su hermano Juan, ella pensó que le había leído el pensamiento: en la costa del Pacífico mexicano existía un pequeño paraíso –«XALA, el sitio más hermoso que he visto nunca», fueron las palabras de Alejandra a Richard cuando lo visitó– donde estaban levantando una especie de santuario de la naturaleza.
Para ellos, la idea de participar en cualquier proyecto es una cuestión ante todo de valores. «Aquel era un lugar único. Como África hace 150 años, un terreno hermoso y virgen. Montañas bajas en una selva tropical y capas de dunas sobre un océano prístino. Eso sólo puedes verlo en tus sueños», recuerda el actor. «Si encuentras algo así, tienes que preservarlo, cuidarlo, de ahí nace Sierra a Mar», dice Alejandra sobre esta iniciativa de desarrollo pionero en sostenibilidad y regeneración ambiental y social que cubre más de 100 kilómetros de costa en la región de Costalegre, en el estado de Jalisco. Richard y ella están firmemente comprometidos con la protección, restauración y conservación de la tierra y su costa, así como de las personas que viven allí –con particular énfasis en sus mujeres y los jóvenes–, a través de programas que respaldan su autonomía y crecimiento personal, con los proyectos sociales desarrollados por la Fundación “The Heart of Xala”. «Cuando le das oportunidades a la comunidad, se redescubren a sí mismos. Se transforman y prosperan –explica Alejandra–. Y las mujeres son las líderes de ese cambio. Estamos muy orgullosos de ellas, de su fuerza y su valentía para liderar este movimiento». Todo esto, insisten ambos, sin olvidar «que estamos aquí de paso». De ahí emana lo que ellos denominan la responsabilidad generacional: «No se trata de ver el futuro inmediato, sino de dejar una huella positiva para los que vienen detrás».
«Nosotros queríamos hacer realidad un sueño, no sólo un check en una lista, sino un sueño donde la naturaleza y la gente pudieran vivir escuchándose unos a otros –aclara Richard–. Nuestro propósito es cuidar el medio ambiente, desde las montañas al mar, restaurar el ecosistema y los océanos. La verdadera sostenibilidad no se mide sólo en el entorno, en lo que nos rodea, sino en la vida de las personas que lo habitan. Queremos crear un modelo replicable en otros lugares del mundo que beneficie a nuestras comunidades y empoderar tanto a hombres como a mujeres. Pero, insisto, el cambio real llega a través de ellas. Hablamos de sabiduría y compasión, eso lo transmiten las mujeres, no los hombres», advierte convencido.
Amor para repartir
La sesión avanza y la complicidad no cesa. Y es que cuando ellos están juntos sucede la magia y el resto, simplemente, desaparecemos. «La verdad es que nos estás viendo en nuestro momentum. Estamos más felices que nunca», asegura el actor, que insiste en que parte de esa plenitud viene dada por su nueva vida en España. «Ella, porque está en casa y yo porque, si ella es feliz, yo soy feliz».
Se conocieron en Italia el año 2014, cuando ambos estaban en sendos procesos de divorcio. Richard se estaba separando de su segunda mujer, la actriz Carey Lowell, madre de su hijo Homer. La publicista también estaba terminando su matrimonio con el empresario canadiense Govind Friedland, con quien tuvo a su primogénito, Albert. El lugar donde se cruzaron sus caminos tampoco podía ser más cinematográfico y romántico, Positano, en la costa Amalfitana. Ella era propietaria, junto a su exmarido, de un hotel boutique que había sido la mansión del director Franco Zeffirelli. ¿Un flechazo? Alejandra lo explica de otro modo: «Somos como almas gemelas. Tenemos los mismos valores, vemos el mundo de la misma manera y desde el primer momento sentimos que nos conocemos hace mucho tiempo. Y esto sólo pasa una vez, si es que te pasa... Nos unió el karma de nuestras vidas pasadas».
Tal vez la suya sea una bonita manera de referirse a una de esas conexiones que pueden con cualquier obstáculo que se le ponga por delante: desde la diferencia de edad –se llevan 33 años– a la distancia geográfica que les separaba en sus comienzos –ella vivía en España y él, en Estados Unidos–. Pero la relación salió adelante, y, tras su enlace en 2018, la pareja tuvo dos hijos que sumaron al matrimonio, Alexander y James. Los tres pequeños viven con ellos. El mayor, de 24 años, se ha quedado en Nueva York, donde ha empezado su carrera como actor. «Una de las cosas que más nos unen y lo que hizo que nos enamorásemos profundamente fue nuestro corazón activista», exclama Alejandra. «Ser activista te lleva a infundir tus valores al mundo para mejorarlo. Se trata de dar voz a gente que no la tiene y de crear conciencia. Tiene un sentido muy profundo y debemos valorar dónde poner nuestra energía, pero, por poco que sea, siempre se puede aportar».
Esa energía, Richard la ha volcado en la acción humanitaria y en la defensa del medio ambiente, causas a las que ha dedicado gran parte de su vida. Desde los años 90, a través de su propia fundación, The Gere Foundation, apoya la causa del Tíbet –es presidente del Consejo de Administración de la Campaña Internacional por el Tíbet– y ha luchado por los derechos de los pueblos indígenas, colaborando con la organización Survival International, y de los refugiados, fin con el que está muy comprometido, brindando su apoyo a organizaciones como la ONG Open Arms.
Por su parte, Alejandra –antes de apellido Silva–, tras licenciarse en Publicidad y desarrollar su carrera profesional en el extranjero, desde muy temprano se ha involucrado activamente en distintas iniciativas sociales. Hoy, y desde hace años, apoya abiertamente junto a su marido la causa de las personas sin hogar. Precisamente, una de las iniciativas de las que más se enorgullece es la misma que les ha traído a ambos a España: «La única razón por la que, tanto Richard como yo, estamos aquí, en Madrid, es para formar parte del patronato de la ONG Hogar Sí», confiesa Alejandra. «Queremos ayudar a este país a acabar con el sinhogarismo. Nuestro objetivo es que, de aquí a 5 años, nadie duerma en la calle». Han venido a España a ayudar.
Alejandra y Richard Gere: una nueva vida
Para el actor es la primera vez que vive fuera de Estados Unidos, y el suyo ha sido un gesto generoso con la familia. «Richard es un padre muy entregado y presente. Adora leerles cuentos. Parece una foto idílica, pero es verdad. Es un padrazo», cuenta Alejandra, que habla más de sus rutinas domésticas: «No cocina. Lo hago yo, pero, cuando cocino, él toca la guitarra», confiesa divertida. Y cuenta cómo el protagonista de American Gigolo, además de ser un gran músico –llegó a actuar con Van Morrison en una ocasión–, heredó esta afición de sus reuniones familiares.
Entretanto, él sigue desarrollando su carrera internacional con proyectos que elige cuidadosamente. Los más recientes, la serie de SkyShowtime The Agency, un thriller policíaco, y la película Oh, Canada, un drama en el que comparte protagonismo con Jacob Elordi y que le emociona especialmente, ya que su papel está inspirado en parte en su padre. Alejandra explica que Homer George Gere, que vivió hasta los 100 años –los últimos con ellos–, fue un hombre que dedicó gran parte de su vida a ayudar a los demás, incluso creó la asociación Meals On Wheels, que llevaba comida a domicilio a personas solas y sin medios. «Tenía casi 101 y nunca se quejó. ¡Era tan cariñoso con todos! Para los niños fue un regalo y una enseñanza», apunta sobre el ejemplo que siguió su esposo y que hoy tratan de inculcar a sus propios hijos. «Es difícil cambiar a otras personas, creo más en cambiarte a ti mismo. Para mí, ese es el punto de partida. Así puedes encontrar lo que es genuino en tu interior y dejar ir las cosas estúpidas y el egoísmo», observa Richard. Y ella añade: «El camino de la empatía va más allá de las religiones».
Mientras la sesión toca a su fin en el estudio, Richard sigue pendiente de cada foto –también es un gran fotógrafo y tiene más de un libro publicado– y relata admirado cómo su mujer es capaz de organizar una comida para 35 personas un domingo. «El nuevo mundo se va a construir con y gracias a las mujeres. El dalái lama me dijo una vez que la compasión y la bondad las heredó no de su padre, sino de su madre. Juntas son poderosísimas. Si le das dinero a una mujer lo invierte y lo pone al servicio de la comunidad y mejora todo el pueblo», asegura antes de compartir otro consejo que hace años le dio el líder espiritual, su amigo: «“Siempre que puedas, sé amable”». Y, con una sonrisa honesta, añade: «Y siempre es posible».