España sale a la calle para defender la democracia
Alrededor de dos millones de españoles han respondido de manera contundente a la amnistía de Sánchez
Editorial ABC | Un clamor masivo por la ley
Las protestas contra la amnistía en todas las capitales de España, en imágenes

La concentración se desbordó desde su origen. Y lo hizo de tal manera que se extendía desde el 'Kilómetro cero' hasta la Gran Vía, Cibeles, Plaza de Oriente, Jacinto Benavente, Plaza Mayor, Plaza de Las Cortes y, en definitiva, ya no se sabía ni ... dónde comenzaba ni dónde terminaba. Y ni siquiera había comenzado. Lo mismo sucedió en todas las capitales de provincia.
España salió a la calle en un día histórico y en una de las expresiones populares más multitudinarias que se recuerdan. Sin incidentes, sin ultras y sin violencia: solo gente normal, familias, niños con sus mascotas, ancianos y muchos jóvenes, todos ellos mostrando su preocupación, su indignación y su apoyo a la democracia. El que quiera vincular esta concentración con los incidentes violentos de los días anteriores, sencillamente miente.
La calle recordaba, por su tono pacifico, intergeneracional y masivo, a las manifestaciones contra la guerra de Irak, a aquellos días de Miguel Ángel Blanco o a los días posteriores a los atentados de Atocha. Incluso a algo anterior, a esa España que salió en la calle para defender la democracia cuando el golpe de Tejero. El 12N pasará definitivamente a la historia como un símbolo de resistencia de los españoles contra quien se atrevió a poner la democracia en peligro. Y en ese sentido entroncaba directamente con el 2 de mayo, el levantamiento popular de un país cuyo epicentro está en Madrid.
En concreto, en la Puerta del Sol, donde un árbol de Navidad a medio montar servía a la vez como referencia y como metáfora: nosotros preparándonos para la Navidad y en lugar de un polvorón, la historia nos manda un polvorín. Y nos lo manda en noviembre, porque destruir la democracia en verano no pega. La fecha está bien elegida: días grises, tardes desapacibles, horas lentas donde cunde el desánimo.
No me cabe duda de que, si la democracia acaba, lo hará un día de lluvia, ventoso y desagradable como este. En cualquier caso, la sensación de que todo ha sido un mal sueño empieza a disiparse. Y no precisamente porque se esté pasando, sino porque España toma consciencia de que no es una pesadilla, que esto va en serio y que el PSOE ha decidido dinamitar la democracia y la convivencia. Y, por eso, sale a la calle por algo que trasciende la política, el cortoplacismo y las ideologías para entroncar con algo más profundo.
Así lo entendió Abascal, el más listo de todos, que acudió una hora antes a Sol a una manifestación convocada por el PP y que, como resultado, se llevó un baño de masas generalizado de más de dos horas. Si yo fuera él reflexionaría. Quizá su lugar, de modo natural, sigue siendo ese. Desde luego, nada hace tanto daño a Abascal como sus defensores. Y se le nota. Pero ese es otro tema y la realidad es que fue, sin duda, uno de los grandes ganadores del día.
Si yo fuera Feijóo también reflexionaría. Porque lo de ayer nunca debió ser un acto de partido sino un acto de país. Los asistentes no estaban allí para ver cómo se refuerza el PP y cómo saca provecho de una situación, sino para defender España, la democracia y el Estado de derecho. Sobraban los logos del PP en la convocatoria, el himno al final, la endogamia de las intervenciones y la constante referencia a unas nuevas elecciones.
No se puede fingir la grandeza. Se nota. Por eso, la incapacidad que muestran para entender el momento histórico, para canalizar el malestar sin sectarismos, para conectar con un sentimiento general, para ser generosos, para dar esperanza, sensación de control, para no monopolizar y para salir de la táctica pequeñita es digna de estudio. Ni uno solo de los discursos estuvo a la altura del momento histórico.
Y era tan fácil como recordar a Suárez, a los padres de la Constitución, a nuestros abuelos, a nuestros hijos, tender la mano a los socialistas indignados y hacer un discurso histórico, magnánimo, de gran talla, que apelara a Europa y que recordara a todos que ya esto no va de partidos ni siglas, sino de nuestra Constitución y de la historia. Muy decepcionante.
«España unida jamás será vencida»
Al contrario que los asistentes, calmados, a la altura y sabedores de lo que requería el momento. Desde Montera no se oía absolutamente nada y los asistentes se entretenían con cánticos de todo tipo: «Pedro Sánchez, a prisión», «Pedro Sánchez, dimisión», «España no se vende, España se defiende», «España unida jamás será vencida» y consignas, como ven, de lo más revolucionario.
No es que fuera pacífica, es que parecíamos catequistas a punto de cantar: «Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás. Contigo por el camino, Santa María va». Como ven, violencia pura. Ni un solo símbolo extraño, ni un cántico ultra. Nada. Por fin salió a la calle la España normal, la que acude pacíficamente a mostrar su descontento sin tonterías.
Huyo de Montera por el Pasaje del Comercio, que termina en la calle de las Tres Cruces y me encuentro con varios negocios regentados por venezolanos con la manifestación en la televisión y les pido que nos den un consejo. Todos coinciden en que esto ya lo han vivido. «Os hablamos desde el futuro. Nosotros también pensábamos que lo de Cuba no podía pasarnos y miren», dicen. «Salgan a la calle, hagan una huelga, ya no pueden parar. Porque yo ya no emigro más. Este es mi sitio y aquí me quedo». El antichavismo afincado en España es ya un referente, el apoyo moral y la referencia en la que mirarnos para no olvidarnos cómo podemos acabar. Pero, qué narices, el antichavismo es solo antisanchismo 'avant-la-lettre'. Y esto no ha hecho más que empezar.
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